Aníbal Santiago
Cuando el sol de la Ciudad de México sucumbe tras descargar por horas sus rayos ámbar que encandilan a los mortales al mezclarse con la contaminación del óxido de nitrógeno, desciende un platillo volador.
¿Cómo aterrizó en la colonia Narvarte ese aparato procedente del espacio sideral? Lo ignoramos, pero a las 8 pm ya vemos sus 26 ventanitas de colores rojo, azul, rosa, violeta, celeste, blanco, naranja, amarillo, esmeralda. Por ahí, los alienígenas nos observan desde el interior de su OVNI turquesa, atónitos de que no seamos verdes y carezcamos de una cabeza monumental con gigantes ojos rasgados.
Algo así, suponemos, ideó no un escritor de ciencia ficción sino otra persona con mucha menos fama pero bastante creatividad: el ingeniero en fuentes ornamentales que dotó de encanto a la fuente de la Glorieta de la SCOP (Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas). Qué bueno que su saber tuvo piedad. Por más de medio siglo la fuente fue un armatoste desconsolado, cementoso, descascarado. Un monumento al hot-cake sin la fragancia mantequillosa y la esponjosidad de un delicioso hot-cake.
Los vecinos podrán decir: “Tampoco es que sea La Fontana de Trevi, un prodigio de belleza. Y además, nuestra sensual Olga Breeskin nunca emergió de ahí como la infartante Anita Ekberg”. Esos mismos detractores argumentarán que una fuente hermosa debe tener agua cristalina, y que el estanque de la fuente de la SCOP es una espesa sopa verdosa donde, no dudemos, nadan alegremente algas cladophora, bacterias legionella pneumophila, hongos cándida y miles de microorganismos más. O sea, gracias a la falta de higiene gozamos de un fructífero zoológico microscópico. Cosa de ver el vaso medio lleno o medio vacío (no seamos tan catastróficos).
Ahora, hay algo que no es chistoso: atravesar hacia a la Glorieta del SCOP y avanzar a la fuente es un deporte extremo. En ese óvalo convergen tres avenidas -Dr Vértiz, Cumbres de Maltrata y Universidad- y dos calles; todas regurgitan autos y más autos que giran con temeridad como si corrieran en Monza y no en una colonia habitada por una especie rara con el hábito de caminar, el ser humano, que ha llamado “paso de la muerte” al cruce hacia la glorieta. Aunque en el arroyo vehicular hay peatonales pasos de cebra, resultan más inútiles que -como dice la sabiduría popular- ceniceros de moto. Parece que las rayitas blancas ordenaran a los coches: ¡aprieta el acelerador!
Es más, la afamada escritora Alaíde Ventura, vecina en algún momento de esta región del sur capitalino, en un foro de Foursquare predijo un final dramático: “Esta glorieta me matará un día, lo sé bien”. Por el bien de ella y nosotros, admiradores de sus fantásticas letras, por fortuna Alaíde hasta ahora se equivocó.
En fin, si aún estás vivo y ya cruzaste a la glorieta, tiernamente adoquinada como plaza de pueblo, caminarás entre agapantos blancos, árboles de yuca, jacarandas, fresnos y un árbol cuyas hojas escarlata venidas de Narnia son lamparitas encendidas: sangre libanesa.
Y si crees que solo verás un platillo volador, espera a que sean las 8:30 pm. De los foquitos de la nave surgen chorros danzantes. No te creas que las emanaciones acuáticas forman cursilerías propias del Hotel Bellagio. ¡Qué va!, la fuente chilanga crea insectos que mueven arácnidamente sus patas y medusas que balancean sus brazos coloridos con oceánica cadencia.
Impredecibles, sin un patrón de movimiento, las tiras de agua improvisan como un jazzista, solo que no con notas musicales sino con agua que sube baja, se alarga, se encoje, se dispara furiosa cual flechas láser y luego saca tímidas gotitas como lágrimas.
Admirados desde unas bancas por parejitas que se abrazan, viejitas que descansan, desempleados que meditan, los chorros se elevan y se zambullen burbujeantes contra el estanque, produciendo ese rico chasquido intermitente que no solo alivia los oídos lastimados de los pobladores de esta ciudad, sino que cubre el sonido motorizado de la máquina de la fuente, tuberías, codos, injertos, visibles en lo alto de la estructura como si sádicamente le hubieran arrancado sus tripas.
La fuente de la SCOP pertenece a las cuadras que más taquerías debe tener la ciudad. Cae el sol, miras el agua danzante y vas por tacos a Los Primos, Tony, Hayito. Que tu paladar sienta la costilla deliciosa en tanto espías los dibujos magníficos de la fuente. No la olvides, por más sabrosa que esté la carne.